Por la Dra. Marcia Suárez, Agrónoma

Desde mi niñez sentí un profundo amor por la naturaleza. Aunque en algún momento pensé en estudiar medicina pediátrica, finalmente seguí el camino de la agronomía. Mi profesión me ha permitido acercarme a la tierra, a las plantas, al agua, y descubrir la grandeza de Dios en su creación.
Siempre he mantenido viva mi fe en el Señor. En la iglesia aprendí que somos mayordomos de lo que Dios ha creado, pero debo confesar que por muchos años esa enseñanza la entendí de manera parcial. Se nos hablaba mucho de las relaciones humanas, pero casi nunca de nuestra relación con los ríos, los árboles, los animales o los ecosistemas. La creación era vista desde un ángulo demasiado antropocéntrico.
En los últimos años algo ha cambiado: cada vez escucho más diálogos sobre el cuidado de la creación en nuestras iglesias, y los estudios en ecoteología me han ayudado a ver que Dios nos llama a un discipulado más integral: uno que une fe, relaciones humanas y cuidado de la casa común. Es alentador ver que incluso en países como Brasil ya se ofrecen programas de maestría y doctorado en ecoteología. ¡Esto es señal de un despertar que necesitamos urgentemente!
Creo firmemente que la misión integral empieza en casa:
Clasificando la basura y reciclando.
Cosechando agua de lluvia para regar plantas.
Sembrando árboles que refrescan el ambiente y crean microclimas.
Quitando cemento innecesario para devolver espacio a la vida verde.
Estos pequeños pasos en el hogar pueden inspirar a la iglesia y, poco a poco, contagiar a toda la comunidad.
El desafío más grande es cambiar nuestra manera de pensar: comprender que amar al prójimo también implica amar la creación. No puedo decir que amo a Dios y a mi prójimo si destruyo la tierra, talo sin conciencia o ensucio los ríos. La misión integral nos invita a vivir el amor de Cristo con las personas y con toda la creación.
Por eso sueño con ver a nuestros pastores, líderes y jóvenes recibiendo capacitaciones concretas, para integrar estas prácticas en la vida de la iglesia. Estoy convencida de que cada esfuerzo, por sencillo que parezca, puede convertirse en un movimiento de restauración y esperanza.
“El Señor Dios tomó al hombre y lo puso en el jardín de Edén, para que lo cultivara y lo cuidara” (Génesis 2:15).
Que este llamado despierte en nosotros la alegría de ser discípulos de Cristo que cuidan, aman y celebran la creación de Dios.